Hoy siento miedo. Veo como transitan frente a mí los minutos y las horas, como si pasaran de largo y me siento incapaz de vivirlas. Como una espectadora o más bien, como alguien que pagó una entrada para un espectáculo que no está viendo, como una película que transcurre desde la fila de las palomitas.
Y siento miedo. Puedo percibir como se forman las gotas de sudor dentro de mi piel y salen por los poros. Mil planes, estrategias para tomar la iniciativa y salir del caracol gigante en el que sigo dando vueltas.
Mucho miedo. De encontrar lo que creo que quiero encontrar. O de seguir hasta el infinito los destellos de un espejismo que nunca llega. O de que llegue antes de sentir sed.
Miedo de elegir. De perder y de errar. O de acertar y no tener más escusas en donde anclar los pretextos.
Pero siento miedo de verdad. Más que una metáfora, es la descripción de lo que me pasa. Una sensación que se asemeja a la que se siente cuando se escucha un ruido sorpresivo por la noche. Miedo a los cambios grandes que acarrean las decisiones pequeñas.
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