viernes, 24 de junio de 2005

Gangrel

Preludio:
Maglita Ferrro

Mi señor se muere. Lleva casi dos lunas en la cama, muy enfermo, malherido, las heridas infectadas y supurosas. No ha logrado encontrar todavía a mi señora Maglite, eso le debe estar matando. Llevamos casi un año entero de búsqueda y nada, ni una pista de su paradero. No debió haberla obligado a casarse con el primo del rey. Todos sabían que Maglite no se doblegaría a su voluntad, ni siquiera a su violencia. Al morir su esposa, mi señora Violante, en el parto, el señor se desatendió de su hija, la pequeña Maglite.

La educamos entre los criados y los tutores que su padre le imponía. Al crecer y hacerse mayor Maglite empezó a parecer una pequeña réplica de mi señora Violante, no sólo físicamente, sino también de carácter, ambas tenían la misma voluntad indómita y esa fortaleza que enamoró a mi señor. A partir del momento en que mi señor se dio cuenta de ello empezó a llevarla con él a casi todas partes.

Parecían casi una pareja, ya que mi señor Fernando Ferro era joven cuando se casó y tuvo a mi señora Maglite y cuando ocurrió el incidente de la cacería... Mi señor Fernando Ferro había invitado al sobrino del rey, alguien muy influyente en la Corte, la mano derecha del rey de Francia, según se decía, a cazar en sus tierras. Mi señor dispone de tierras ricas en animales de caza y un amplio terreno de caza, por lo que seleccionó un grupo de jóvenes señores entre los que elegir buen marido a su hija.

Cuál fue su sorpresa cuando el mismísimo sobrino del rey le pidió la mano de Maglite. Al parecer llegó antes al caserío y vio a Maglite vestida como un criado cabalgando sin silla por el bosque y pensó que era un ladrón de caballos, por lo que le siguió e intentó desmontarlo lanzando su cuerpo encima del “malhechor”. Maglite no solo consiguió desmontar a su agresor, sino que le tiró al suelo con violencia, sacó un cuchillo de su bota y amenazó con rajarle el cuello si no decía a la hija del señor de estas tierras quien era él y cómo se atrevía a asaltarla de esa manera.

El primo del rey, Pierre de Vriannebleu, quedó tan admirado ante su osadía y pericia que decidió que ninguna otra mujer la satisfaría. Ahí empezaron los problemas. Mi señor Fernando Ferro informó a Maglite de su decisión de casarla con el sobrino del rey, sería un matrimonio muy provechoso para mi señora, ya que pasaría a formar parte de la familia real y de la Corte de Francia. Maglite se negó.

Dijo preferir la muerte antes de casarse con un ser tan despreciable como Pierre, el cual tenía fama de mujeriego y de pervertido. Los burdeles de Paris sabían de sus preferencias poco usuales y degradantes del ser humano. Dijo preferir ser ordenada monja e ingresar en un convento a dejar su cuerpo y su alma a merced de tan horrible personaje. Mi señor hizo los preparativos pertinentes para ingresar a Maglite en el convento de Nuestra señora de Sainte Claire y a la semana siguiente Maglite ingresó como novicia en Sainte Claire.

Pero la ira del primo del rey fue terrible, fue a hablar con mi señor Fernando Ferro, y al ver que su decisión de ingresar a su hija en el convento era inamovible congregó a sus mejores hombres y arrasó las tierras de mi señor. Pueblo por pueblo fue sembrando la destrucción a su paso, el joven señor despechado. Finalmente llegó con sus hombres a las tierras cercanas al caserío de mi señor Fernando Ferro.

Allí les esperaban él y sus hombres con todas las armas que habían podido reunir para frenar el avance del señor Pierre hacia Sainte Claire. Fue inútil. El sobrino del rey contaba con un ejército mayor y unas armas espléndidas. Dejó malherido a mi señor y marchó hacia Sainte Claire con el fuego de la ira en sus ojos. Una vez allí entró a la fuerza en el recinto sagrado. Entre sus hombres y él violaron y mutilaron a las monjas y novicias que tan bien acogieron a mi señora Maglite. Todo esto lo presenció mi señora, escondida como estaba en un hueco secreto bajo el altar mayor.

Nadie pudo hacer nada por evitarlo. Al llegar la noche los hombres estaban todos borrachos y saciados, por lo que mi señora intentó huir hacia el bosque y, desde allí, escapar a la seguridad de las montañas, pero Pierre la descubrió e intentó forzarla. Mi señora usó el mismo cuchillo que guardaba en la bota el día que se conocieron para cortarle en la cara y escapar. Lo consiguió, pero Pierre la hirió en un brazo antes de desmayarse por el dolor y la pérdida de sangre. Mi señora huyó hacia el bosque.

Durante toda la noche corrió por la espesura hacia la seguridad de algún pueblo o ciudad, pero Pierre siguió el rastro de su sangre a caballo y la encontró unas horas antes de amanecer. Acorralada por el joven y perverso señor no puedo más que esquivar las puñaladas que él le lanzaba mientras intentaba golpearle con la única rama que había podido conseguir en su loca huida por el bosque. Un trozo de madera afilada por un extremo, usada seguramente para señalar el camino o delimitar las tierras de dos campesinos.

La lucha duró bastante, pero mi señora era fuerte y luchaba con la desesperación de quien se sabe muerta si no obtiene la victoria. Durante la lucha, viéndose el señor casi perdido, debilitado por la pérdida de sangre y por el esfuerzo cometido durante semanas, gritó. Era un grito de auxilio, pues dijo:
- ¡Ayudadme mi señor! ¡No me dejéis morir, aún me necesitáis! ¡Socorred a vuestro siervo! -Dijo esto mirando entre las sombras, buscando sin duda la ayuda de algunos de sus secuaces-
- Pero... ¿Mi señor? -Se preguntó Maglite– ¿A quien se estaría refiriendo?

De repente, de entre las sombras apareció un hombre, vestido en finas ropas y con enormes joyas en sus manos. La que más llamaba la atención era una cruz de oro con incrustaciones que colgaba sobre los terciopelos de su pecho. Era sin duda un clérigo, alguien de mucho poder. El personaje se limitó a mirar de soslayo a Pierre y a decirle lo inútil que le estaba resultando ser su señor, le dijo que a partir de ahora las cosas cambiarían y tal como dijo eso se acercó a él, le cogió del cuello y con un giro brusco de muñeca le quitó la vida con una fuerza inhumana.

Maglite gritó de pánico mientras el extraño ser se le acercaba diciéndole:
- Me resultarás de gran ayuda, eres muy fuerte, pequeña, y lista, sin duda. Todos saben de la obsesión de Pierre por poseerte, y ahora que Pierre no está serás una garantía de autenticidad para con su nuevo sustituto.

Maglite aún seguía gritando cuando el sacerdote se acercó a ella con una velocidad inhumana, la abrazó con una fuerza que le impidió respirar y seguir gritando y la mordió en el cuello con unos colmillos afilados. Un éxtasis se apoderó de Maglite, algo que jamás había sentido con anterioridad, algo prohibido, sin duda porque no era de este mundo, el beso del diablo. Con las fuerzas que le quedaban intentó atacar al demonio con el palo de madera de su mano, clavó su estaca en el corazón de la bestia, pero al parecer no fue suficiente, siguió desangrándola hasta hacer que casi perdiera la conciencia.
- Ahora -dijo- pasarás a formar parte de la élite, de aquellos que gobiernan el mundo en las sombras, desde la oscuridad que nos creó.

Diciendo esto se hizo un corte en la mano y la sangre fluyó. Acercó a Maglite al corte, pero en ese momento un lobo enorme se abalanzó sobre el personaje aullando y babeando, justo mientras Maglite se acercaba a lamer su sangre y la apartó de la fuente de su sed insaciable. El Lobo empezó a crecer y crecer hasta tapar las estrellas mientras el sacerdote apartaba la estaca de madera de Maglite de su cuerpo y se transformaba en algo más horrible aún y mucho más terrorífico.

Maglite presenció la lucha entre los dos titanes, y cuando el lobo cayó, ensangrentado y malherido se transformó en un joven muchacho, uno de los criados que se había criado junto a Maglite, el hijo de la cocinera, su mejor amigo de la infancia, su hermano. Maglite supo entonces que hacer, recogió el leño con punta del suelo y se lo clavó a la abominación mientras trataba de levantarse. El ser estaba tan malherido y desorientado tras la lucha que Maglite logró clavar el leño y, esta vez, por fin, acertar al corazón.

No hubo tiempo de gritar, ni siquiera de horrorizarse ante el demonio porque al instante otro lobo, uno de menores dimensiones apareció como un rayo de entre los árboles, éste miró al demonio con asco, le gruñó y, al ver que estaba inerte en el suelo se acercó a él, se transformó en un humano y se bebió su sangre con gran placer. Una vez hecho esto se acercó a mi señora Maglite, la miró, y le preguntó:
- ¿Lograste vencer al monstruo tú sola?

Ella miró de soslayo al muchacho que yacía en el suelo casi desangrado, mi señora no volvería a pronunciar palabra en largo tiempo. El hombre-lobo quedó impresionado, se disponía a preguntar más cuando Maglite cayó al suelo sin sentido, su pérdida de sangre había sido casi completa y no había mucho tiempo. El hombre lobo supo que hacer. Mientras se cortaba el pecho con unas uñas extrañamente largas y afiladas dijo:
- Bebe pequeña, sin duda necesitaremos tu fortaleza para detener el mal que nos acecha.

Se acercó a ella dándole de beber su sangre, y esta vez la sed de Maglite quedó saciada por esta noche, aunque no para la eternidad. Cada noche volvería a levantarse con sed de sangre hasta el día del juicio final.

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