viernes, 24 de junio de 2005

Capadoccio

Preludio:
Portos di Rossi (c. 1135-1192),
religioso, místico y profeta italiano.

Era originario de Celico, en la diócesis calabresa de Cosenza, donde su padre ejercía la profesión de notario. Pronto se convirtió también en notario en la corte de Palermo. En el transcurso de una peregrinación realizada en 1163 a tierras de Siria y Palestina pudo sobrevivir a una epidemia y recibió una revelación en el monte Tabor, experiencias que le llevaron a hacerse monje.

Después de vivir retirado en diversas ermitas, ingresó en la orden monástica cisterciense en Sambucina (Luzzi), al norte de Cosenza. En 1172 fue nombrado abad del monasterio de Corazzo, al que puso bajo la regla del Císter y al frente del cual permaneció hasta 1181, año en que fue dispensado por el papa Clemente III para que pudiera consagrarse a sus estudios.

Tras hacerse ermitaño, fundó con sus discípulos el monasterio de San Juan de Rossi (1183) y después una orden, llamada de Rossini, que sería aprobada por el papa Celestino III en 1190 y protegida por el rey de Sicilia, Federico I (desde 1215 emperador con el nombre de Federico II).

La visión mística y profética de Portos di Rossi se fundaba en la correspondencia entre las tres personas de la Santísima Trinidad, tres periodos históricos y tres tipos de hombres:
  • La edad del Padre (desde la Creación hasta el nacimiento de Cristo) correspondería al reino de los legos casados, la Ley y la materia;
  • La edad del Hijo, al reino de los clérigos y la Fe;
  • Pronto llegaría la edad del Espíritu, en la que reinaría sobre la Tierra un nuevo orden monacal (el reino de los santos).
Liberados de la letra, y por tanto de la moral (Ley) y de la doctrina (Fe), convertidos a la pobreza evangélica, los hombres vivirían según el Espíritu. Basándose en el Apocalipsis y en el Evangelio según san Mateo, su Concordia de ambos Testamentos fijaba en 1260 el inicio de dicha edad.

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Portos di Rossi expuso su doctrina en otros dos escritos: Comentario al Apocalipsis y Salterio decorado. Fueron precisamente estas publicaciones lo que llamaron la atención de un gran erudito de lo oculto, un señor de las sobras que se resguardaba bajo el manto de la oscuridad.

Fue así como ya entrada la noche, una suntuosa delegación llego a las puertas del monasterio de San Juan de Rossi, proclamando a gritos el deseo de su señor de entrevistarse con el Abad Portos di Rossi. Este al ver la impresionante caravana de siervos raudo mando a preparar los aposentos para aquella eminencia, sea cual fuese.

Cuando todo estuvo dispuesto y el invitado se hubiera refrescado llamo a las puertas de la celda privada del abad. Un impresionante sujeto con el rostro cubierto que se presento a si mismo como Maese Torquatto Tasso, entro en la estancia.

La platica discurrió elocuente durante gran parte de la noche, cuando el recién llegado Torquatto Tasso se mostró satisfecho con lo expuesto por Portos di Rossi. Diciendo que era hora de revelarse tal cual era y con esto el motivo de su visita. Tras ponerse en pie dejo caer hacia atrás la capucha que le cubría el rostro.

Una horrible calavera lo miraba desde donde debiese haber estado e rostro afable de un erudito. Una horrible mueca en forma de sonrisa lo miraba inpasiva. Tras unos pasos tomo al aterrorizado abad di Rossi.

Mientras Portos se debatía en los brazos de aquel poderoso ser del inframundo, sintió como su vida se le escapaba de las manos. Fue entonces cuando comenzó a escuchar aquel débil murmullo. Al principio no entendía bien de que iba aquello, pero mientras más lejos se sentía mas claro lo percibía.

Llama á quien moran en la sombra eterna,
de la tartárea trompa el rebramar:
treme la inmensa lóbrega caverna;
rimbomba el aura ciega á su tronar.

No ruge tanto en la región superna
el trueno cuando estalla el fulminar;
ni tal retiembla nunca la honda tierra,
cuando, en vapores grávida, se cierra.

Turbas varias de dioses infernales
hacia la puerta vuelan elevada.

¡Oh qué rostros! ¡qué horrores abismales!
¡cuánto terror y muerte en su mirada!
Huellan la tierra allí plantas ferales,
la sien por haz de sierpes circundada;
van arrastrando cola gigantea,
que se anuda, repliega, serpentea.

Á la siniestra y la derecha mano
se posan, y Plutón cruento delante
se sienta en medio de ellos soberano,
empuñado el cetro áspero, pesante.

Ni peña en mar, ni pico alpestre vano,
ni Calpe sube tal, ni el magno Atlante,
que, con él, loma humilde no aparente:
tanto alza el grande cuerno en la alta frente.

Horrenda majestad su faz clarea
y su soberbia aterradora acrece.

Veneno y sangre, su ojo centellea,
cual infausto cometa, y se enfurece.

Hirsuta, inculta barba le sombrea
y hasta el pecho velloso larga crece;
y á guisa de vorágine profunda,
su boca se abre, en negro cruor, inmunda.

Como sulfúrea ráfaga tronante
que el Etna lanza fétida, encendida;
tal de su fiera boca aura negreante,
entre hedor y favila, es despedida.

Mientras él habla, cállanse el latrante
Cerbeo, y la Hidra, de tal son herida:
inmoto está el Cocito, está temblante
el abismo al grande eco retumbante.

En este momento el cuerpo inerte de Portos di Rossi, se encontraba seco de sangre entre los brazos de aquella horrible calavera parlante. La oscuridad nublo los ojos del monje y cuando las entradas del cielo se le materializaban ante sus ojos. En otra parte, en algún lugar muy, muy lejano unas gotas de una calida y viscosa sustancia caían sobre sus labios.

Cuando el monje abrió los ojos, su mundo había cambiado.
Todo a su alrededor era tan diferente los colores tan vivos y las sensaciones tan fuertes. Definitivamente había trascendido a la muerte. Por unos momentos se creyó en el cielo e inspirado se pudo en pie, mas mirando a su alrededor descubrió que se encontraba aun en su celda de la abadía.

Aquel demonio seguía ahí. Frente a el. Mirándolo con una especie de rictus de felicidad.
En aquel cadavérico rostros la plenitud de la satisfacción de marcaba evidente. El No-Muerto le extendió la mano, mientras decía.

- Paros del suelo. Que una eminencia en la doctrina como vos, no debe de estar postrado en tan vergonzosa pose. Anda, toma mi mano. Que tu verdadero camino hacia Dios esta por comenzar.

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