De pronto, algo atrapo su pata, lo que la arrebato de su estado de felicidad y despreocupación. Asaltado por el miedo y la confusión, brinco, se retorció y lucho por protegerse. Cada vez que se movía, arrastraba un pesado tronco, ahora atado con un cable a su pata delantera izquierda. Se acurruco penosamente, con sus orejas pachonas y puntiagudas entrenadas para captar cualquier sonido que pusiera en evidencia lo que el destino le deparaba.
A la mañana siguiente, el 27 de febrero de 2000, el trampero encontró a la lince atrapada en el cebo, echada en un claro, bajo los rayos del sol invernal. La anestesió y la transporto 260 kilómetros donde un veterinario le detecto una herida punzante provocada por una vara y amputo parte del tercer dedo de su pata delantera izquierda. Por lo demás, era un lince saludable, de ocho kilogramos y poco menos de un metro de largo.