Conocí a un escritor al que le dio de viejo por tomarse cada día de aperitivo unas páginas de sus obras completas. A la familia le preocupaba aquella manía por si le sentaban mal el papel o la tinta, aunque lo único capaz de abrir su vieja úlcera era una sintaxis torpe o descuidada.
Cuando se tragaba una página mal escrita, le subía la fiebre y le daban temblores. Por el contrario, cuando caía en su manos uno de aquellos textos concebidos en estado de gracia, que recitaba mientras masticaba lentamente la página, parecía rejuvenecer veinte o treinta años.
Yo le sugerí entonces que sólo se comiera los libros que le habían salido bien, pero él pensaba que eso sería un fraude para los demás y para sí.
-Tengo que tragarme todo lo que he vomitado -Decía con obstinación.-
Cuando se tragaba una página mal escrita, le subía la fiebre y le daban temblores. Por el contrario, cuando caía en su manos uno de aquellos textos concebidos en estado de gracia, que recitaba mientras masticaba lentamente la página, parecía rejuvenecer veinte o treinta años.
Yo le sugerí entonces que sólo se comiera los libros que le habían salido bien, pero él pensaba que eso sería un fraude para los demás y para sí.
-Tengo que tragarme todo lo que he vomitado -Decía con obstinación.-
JUAN JOSÉ MILLÁS
1 comentario:
Millás, siempre tan bueno... Un saludo.
Publicar un comentario