Todo comienza, con un cuarto de techo y paredes inmaculada e irrealmente blancas. Si existiera el blanco absoluto, sin mancha o corrupción alguna, este sería el lugar. La pureza era perpetua que ni las sombras eclipsaban el color de los alrededores. Al más allá de mi mismo me hace volver el rostro hacia mi espalda. Ahí donde una vez no hubo nada más que alba pared, ahora hay una puerta cerrada de la más preciosa teca y pomo de oro.
Al abrir la puerta y cruzar el umbral que esta crea, lo primero que puedo ver frente a mí, es una inmensa ventana con marco de plata, exactamente del otro lado de la nueva habitación. Doy un paso corto, al ver que nada más sucede doy un nuevo paso más largo. Al volverme, no me sorprendo cuando descubro que la puerta de teca ya no está. Que por donde hace unos segundos llegué ahora no es más que muro solido.
Me vuelvo una vez más a la extraña habitación. A la derecha, tan solo hay una pared cubierta por un bello tapiz marrón, la pared es inmensa, mi vista no alcanza a divisar un fin para esta y por alguna razón sé que se extiende ininterrumpida hasta el infinito. A la izquierda se extiende una pared muy parecida a la otra, con la diferencia que esta es finita y en su base hay una cama matrimonial.
La cama esta vestida con un gran edredón, salta a la vista la soberbia calidad del tejido, tal vez seda egipcia de diez mil hilos. El cobertor está decorado con de cuadros de diferentes tonalidades de amarillo, naranja y rojo, es largo llega hasta el suelo, lo que impide ver ningún detalle del lecho. Flanqueando la cama hay dos cómodas, uno a cada lado ambas son de finísima caoba.
Cuando finalmente entro en la habitación, tú ya estás en ella. Por algún mágico avatar del destino llegaste a este lugar imposible antes que yo mismo que estoy soñando el sueño. Te encuentras sobre la cama. Estas descalza, arrodillada y descansando todo el peso de tu cuerpo sobre tus talones. Llevas una falda de caída pesada color azul oscuro y una bonita blusa blanca holgada y sin mangas.
Cuando nuestros ojos se cruzan, tú me sonríes, y abres ligerísimamente pero de forma coquetamente las piernas. Obligando con esto, a que tu falda suba a penas un poco y discretamente deja ver bajo esta tu ropa interior. Es de color rosa claro. Por un momento no puedo hacer nada más que sonreír estúpido y mirarte. Mi corazón se acelera, siento que la sangre sube a mi cabeza y tú me sonríes.
Tu rostro es inocente y pícaro al mismo tiempo. Tus ojos me invitan a acercarme. Yo inhalo profundo y sonrió a mi vez. Yo me acerco. Cuando estoy a un lado de la cama, me detengo te observo. Me tomo mi tiempo, te observo largo y me recreo con tu imagen. Tú aguantas paciente el escrutinio de mis ojos. Tu sonrisa sigue arriba y siento que mi alma se ilumina. Me infundes fuerza y valor.
Así envalentonado, finalmente pongo una rodilla sobre la cama, extiendo mi mano y te tomo por la nuca. Me tardo un momento más de lo que debería por perderme en la brillante imagen de tus ojos, hasta que últimamente echo tu cabeza hacia atrás y te beso. Cierro los ojos, tú caes hacia atrás y mi cuerpo sigue el movimiento del tuyo. Detengo tu caiga con mi diestra y uso la izquierda para sostenerme. El beso es largo y fantástico.
Cuando nuestros labios se unen por primera vez, una fabulosa oleada de felicidad recorre cada una de las fibras de mi ser, mi corazón late rápidamente, siento que mi cabeza va a estallar. Fuegos artificiales y un sinfín de cañones dejan oír sus poderosas voces a mis espaldas, pero sin embargo les ignoro. En mi mundo no hay nada más importante que tu y en concreto ese beso. Finalmente siento que me fundo, dejo de estar seguro en donde termino yo y cuando comienzas tú.
No puedo resistir el momento, me dejo llevar como un barco a la deriva en medio de una tempestuosa tormenta. En un alarde de coraje, comienzo a tocar tu pecho por sobre la blanca y holgada blusa. Por un instante separas tus labios de los míos y dejas escapar un suspiro pequeño y solo medianamente contenido. Mis labios buscan una vez más los tuyos y en mi boca ahogo los últimos restos de aquel suspiro.
Mis manos siguen casi por si solas su tantas veces añorado recorrido por tu cuerpo. Del pecho se trasladan a tus hombres, viajan por tu espalda, andan por tu vientre, transitan por tu perfecto trasero, caminan por tus piernas y finalmente aterrizan en tu entrepierna. Cuando mis dedos pasan por sobre tu ropa interior rozan tus partes, entonces una vez más separas tus labios de los míos y esta vez giras tu cabeza hacia un lado para permitirte dejar escapar un ligerísimo, casi imperceptible suspiro.
Comienzo a frotar muy lenta y dulcemente mis dedos contra ti, espiando tu cuerpo, siguiendo tus reacciones, procurándote a cada momento. Una vez más nos besamos, esta vez con renovada pasión. Mi mano izquierda, en aquel momento la única libre, comienza a recorrer una vez mas tu cuerpo mientras nuestras bocas se reúnen en un beso y mi mano derecha, sigue jugando sobre ti. Comienzo a quitarte la blusa, botón por botón, muy lentamente. Disfrutando a cada segundo del espectáculo que como un inexpugnable misterio se toma su tiempo para revelarse del todo.
Finalmente, al parecer desesperada, tú con un rápido movimiento me quitas la blusa y la arrojas lejos, perdiéndose en el suelo a nuestras espaldas. Ahora que no tienes sobre ti el yugo de la blanca blusa, acerco mis labios a tu peso y aun sobre la ropa interior lo beso, mordisqueando aquí y allá pero siempre más bien moderado, reprimido. El sostén es del mismo color que el de tus bragas, un coqueto rosa claro.
Para este punto, tu falda ya ha llegado al nivel de tus caderas. Echas el cuerpo hacia atrás haciendo un arco con la espalda, mientras continuo besándote y abres un poco más la piernas. Mis andariegos dedos han encontrado los secretos del camino hasta el interior de tus bragas. Ahora veo a esta en todo su esplendor es poco más que pequeño triangulo invertido, unido por dos gruesos tirantes elásticos. Cubre pulcramente la más bella de tus partes íntimas. Llevo mis dedos hasta mi boca, y una vez ahí, los mojo con mi propia saliva para acto seguido regresar a la zona de trabajo y reanudar con renovadas energías su trabajo.
Tus caricias se hacen algo ligeramente más rudas. Imperturbables, mis dedos siguen trabajando en suaves movimientos circulares concentricos. Tu respiración se agita, tu cuerpo sube y baja bajo el efecto de tu respiración, los latidos de tu corazón son cada vez más rápidos. Dejo de acariciarte, dejo de besarte, dejo de estimularte. Te guio con mis manos y tú te dejas hacer. Te acuesto de espaldas en el centro de la cama, te doblo las piernas y pongo tus pantorrillas en mi espalda, para acto seguido hundir mi cabeza entre tus piernas.
Con el cambio de posición, tu respiración se normaliza un poco, los latidos de tu corazón bajan ligeramente de intensidad. Comienzo a besarte. Mis labios y mi lengua se mueven arriba y abajo. Tu respiración se agita, una vez más, aunque tan solo un poco. Te muerdes el labio inferior. Mi boca continúa prodigándote suaves caricias. Para ti cada vez es más difícil mantenerte callada. Segundo a segundo respiras más y más fuerte. Yo por mi parte continúo en mi empeño.
Llega pues el momento en el que no puede mantenerte en silencio por más tiempo. Te rindes ante la experiencia. Comienza a sobar mi cabeza, que continua entre tus piernas. Comienzas a gemir, al principio de forma muy suave, al ritmo de tu respiración. Tu cuerpo se estremece. Los gemidos aumentan en volumen y mi lengua sigue con su misión. Una vez más se agita tu cuerpo. Comienzas a moverte de arriba a abajo, al compás con tus gemidos. Sigo lamiendo y chupando.
Tus gemidos se intensifican. Tratas inútilmente de reprimirlos. Tan solo logras respirar muy fuerte. No gritas, nunca gritas. Gimes, más y más y más rápido. Un calor abrasador te colma por dentro. Yo sigo besándote. Mis manos se entrelazan con las tuyas. Tu espalda sufre espasmos involuntarios cada vez con más y más frecuencia, arqueando la espalda. Comienzas a sudas. No puedes dejar de gemir.
Tu pelvis sube y baja. Mueves la cabeza. Arqueas la espalda. Sueltas una de mis manos y me tomas de la cabeza. Me obligas a levantar la vista y me dices algo que no entiendo. Te sonrió amoroso y sigo con mi tarea. Sientes que vas a explotar. No puedes más. Sientes que te colmas por dentro. Tus gemidos son muy fuertes. Tus espasmos muy violentos. Te agitas. Aprietas mi mano. Acaricias mi cabeza. Nada me detiene. Yo sigo.
Cierras los ojos. Estas sudando abundantemente. Entrelazo los dedos de mi mano izquierda con los tuyos, y con la derecha acaricio tu vientre. Desde la base de las caderas hasta casi rozar tus pechos. Tu vientre sube y baja. Te arqueas. Te mueves. Te agitas. Gimes muy fuerte. Aprieto la yema de los dedos de mi mano derecha contra tu vientre. Arqueas hacia delante tu cuerpo para que yo pueda tocar tus pechos. Estas muy sudada. Respiras con dificultad.
Plantas bien tus pies en la cama y levantas la cadera. Mi cabeza sigue a tu pelvis. Mi trabajo nunca cesa. Uso mis brazos como columnas que soportan el peso de tu cuerpo tomándote de la baja espalda con las manos, ahí de donde nace el trasero, y apoyando mis codos contra la cama. Así continua besándote. Continúo saboreándote. En determinado momento quito mis manos de tu espalda baja, y las llevo hasta tu espalda alta en donde presiono la yema de mis dedos contra tu espalda y así, con 10 puntos de presión bajo hasta tu trasero y finalmente hasta las puertas mismas de tu sexo.
Aun cuando mi lengua aun trabaja en la parte superior de esta hundo lentamente dos dedos en tu humedad. Es entonces cuando gritas. Te saboreo. Tu respiración se normaliza. Te desprendo de tu ropa interior y de tu falda. Estas completamente desnuda. Tus ojos brillan como el sol y me miran llenos de palabras hermosas que no acabas de pronunciar. Comienzo a besar tu bajo vientre una vez mas, subo lentamente.
Con mucha ternura beso cada parte de ti. Cuando voy por llegar al ombligo me detienes. Me obligas a quitarme los pantalones y el bóxer. Ahora, yo también estoy totalmente desnudo. Puedes ver que mi excitación es completa. Sigo besándote, desde el ombligo hasta tus pechos. Sientes mi miembro rozando tus piernas mientras voy subiendo por tu cuerpo. Cada vez, tiemblas ligeramente.
Cuando termino de besar tus pechos sigo con tu cuello. Detrás de las orejas. Mi miembro roza concha. Es un movimiento involuntario. Tienes un escalofrió. Me sonríes. Nuestras bocas se unen. Nos besamos y rodamos por la cama acariciándonos. El tiempo se hace nada. No sabemos cuanto tiempo hemos tardado. Vuelvo a besar detrás de tu oreja, tu cuello, tu pecho. Mordisqueo suavemente tus pezones. Sudas. Tu cuerpo se arquea. Una vez mas gritas.
Finalmente me separo ligeramente. Vuelvo la vista hasta ti y me dices algo, que una vez mas no logro entender. Te sonrió. Me respondes la sonrisa. Que inmensamente bella eres. Tú, estás acostada boca arriba. A la luz de tu sonrisa satisfecha, me coloco sobre ti y te beso. Después de hacerme del rogar un rato finalmente te penetro. Si es posible experimentar la perfecta felicidad que a todo católico se le promete una vez llegar al Cielo, seguramente será como ese justo momento.