El mundo estaba inundado por los océanos que el Iracundo lanzó sobre la tierra. Sin importar que tan alto subiera en los cielos, ahí hasta donde mi prodigiosa mirada llegaba, el azul perpetuo del agua infinita lo llenaba todo. Entonces Moshé me llevo arriba y me rogó que le ayudara. Nadie más estaba dispuesto a emprender el viaje de exploración. Todos se sentían temerosos y vacilantes, habían perdido la esperanza. Moshé dijo que todo estaba en mis ala, que el futuro del mundo, de todos los seres vivos estaba en mi fe. Asentí con la cabeza y levante el vuelo.
El mundo estaba inundado por los océanos que el Misericordioso había enviado para limpiar las tierras secas. Estaba solo, volando en medio de la inmensidad. Moshé hacía muchos días que se había perdido atrás en el horizonte. Yo hacia mi trabajo, yo volaba. Pero hacia mi trabajo solo. Bajo mi, había otro mundo distinto del mundo, miles y miles de criaturas nadaban y seguían mi andar por los aires. El estar rodeado de seres por un momento me lleno de esperanza y tranquilidad. Sin embargo, después de un tiempo el ver aquellos seres tan ajenos a mi mismo, solo me hizo sentir más solo.
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