Recuerdo… recuerdo… recuerdo que cuando era muy pequeño, tendría quizás cuatro… o tal vez a lo mucho cinco años de edad. Íbamos en el carro solo mi padre y yo, nos habíamos detenido en el único semáforo que hay desde nuestra casa hasta la avenida principal, cuando él comenzó a bajar la ventana rápidamente mientras que con la garganta comenzaba a gorgorear el mas grotesco sonido que en lo que llevaba de vida había escuchado.
Al instante abrí mucho los ojos porque recordaba que a mi madre había reprendido fuertemente a mi padre por hacer hecho algo similar y después escupirlo en la calle. No habían estas ideas terminado de cruzar mi mente cuando un amarillento cúmulo de lo que yo sabia una sustancia desagradable al tacto, solo a través de marco de la ventana hasta caer en la calle de chapopote.
Durante unos instantes no dije nada, estaba en pasmado por el asombro, una fragrante violación a las normas de etiqueta impuestas por mi madre como aquella que acaba de ocurrir delante de mis ojos, no era cosa de todos los días. Sin embargo, aquello tenia cierta magia que yo quería descubrir, la curiosidad me mataba. Necesitaba decir algo. Cuando finalmente hice acopio de todo el valor y las fuerzas que mi pequeño cuerpecito contenían, le pregunte a mi padre.
- Papa, –Dije a media voz- Mí mama se va a enojar.
- Pero no tiene porque enterarse –Me respondió mientras sonreía-
- Papa, –Dije yo mientras sonreía a mi vez- ¿Por qué haces eso?
- Hijo… -Aquí se interrumpió me miro fijamente unos instante y estallo en una carcajada. Finalmente cuando se hubo calmado, llegamos a otro alto, ahí continua hablando- Pues mira, lo que pasa es que estoy ayudando a la Ciudad a pavimentar las calles. –Sonrió una vez mas y ninguno de los dos volvió a tocar el tema-
Yo, por supuesto me di por satisfecho. Con que esa era la razón. Seguramente mi madre no estaba del todo enterada de las virtudes milagrosas que aquella flema y por eso, el simple ruido le parecía molesto. El tiempo pasó y yo fervientemente creía en las palabras, que como mas adelante se revelaría, mi padre actualmente niega rotundamente haber dicho.
Fácilmente tres o cuatro meses después estaba yo como acostumbraba sentado en la mesa de los adultos escuchándolos hablar, cuando alguien saco a colación el tema de los terribles baches que aquejaban las calles de la ciudad y como el ayuntamiento se hacia de la vista gorda ignorando el problema. Yo pronto como el rayo, tome la palabra y relate lo mejor que pude como MI papa ayudaba a pavimentar calles.
Obviamente la respuesta fue una carcajada generalizada, una sonrisa extrañada de mi madre y una mirada de confusión y reprimenda de mi padre. La verdad es que yo no sabía muy bien porque aquella gente se reía de mis, volví a relatar mis razones y cite a mi padre como el origen de este conocimiento. Aquí la mirada extrañada de mi padre se convirtió en un gesto de inocente indignación ante aquellas escandalosas calumnias que yo, su primogénito le dispensaba. Finalmente se me explico mi error yo estaba mal y mi padre había “bromeado” conmigo.
Al instante abrí mucho los ojos porque recordaba que a mi madre había reprendido fuertemente a mi padre por hacer hecho algo similar y después escupirlo en la calle. No habían estas ideas terminado de cruzar mi mente cuando un amarillento cúmulo de lo que yo sabia una sustancia desagradable al tacto, solo a través de marco de la ventana hasta caer en la calle de chapopote.
Durante unos instantes no dije nada, estaba en pasmado por el asombro, una fragrante violación a las normas de etiqueta impuestas por mi madre como aquella que acaba de ocurrir delante de mis ojos, no era cosa de todos los días. Sin embargo, aquello tenia cierta magia que yo quería descubrir, la curiosidad me mataba. Necesitaba decir algo. Cuando finalmente hice acopio de todo el valor y las fuerzas que mi pequeño cuerpecito contenían, le pregunte a mi padre.
- Papa, –Dije a media voz- Mí mama se va a enojar.
- Pero no tiene porque enterarse –Me respondió mientras sonreía-
- Papa, –Dije yo mientras sonreía a mi vez- ¿Por qué haces eso?
- Hijo… -Aquí se interrumpió me miro fijamente unos instante y estallo en una carcajada. Finalmente cuando se hubo calmado, llegamos a otro alto, ahí continua hablando- Pues mira, lo que pasa es que estoy ayudando a la Ciudad a pavimentar las calles. –Sonrió una vez mas y ninguno de los dos volvió a tocar el tema-
Yo, por supuesto me di por satisfecho. Con que esa era la razón. Seguramente mi madre no estaba del todo enterada de las virtudes milagrosas que aquella flema y por eso, el simple ruido le parecía molesto. El tiempo pasó y yo fervientemente creía en las palabras, que como mas adelante se revelaría, mi padre actualmente niega rotundamente haber dicho.
Fácilmente tres o cuatro meses después estaba yo como acostumbraba sentado en la mesa de los adultos escuchándolos hablar, cuando alguien saco a colación el tema de los terribles baches que aquejaban las calles de la ciudad y como el ayuntamiento se hacia de la vista gorda ignorando el problema. Yo pronto como el rayo, tome la palabra y relate lo mejor que pude como MI papa ayudaba a pavimentar calles.
Obviamente la respuesta fue una carcajada generalizada, una sonrisa extrañada de mi madre y una mirada de confusión y reprimenda de mi padre. La verdad es que yo no sabía muy bien porque aquella gente se reía de mis, volví a relatar mis razones y cite a mi padre como el origen de este conocimiento. Aquí la mirada extrañada de mi padre se convirtió en un gesto de inocente indignación ante aquellas escandalosas calumnias que yo, su primogénito le dispensaba. Finalmente se me explico mi error yo estaba mal y mi padre había “bromeado” conmigo.
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