Recuerdo... recuerdo...
Recuerdo, que cuando yo era un niño, tendría 7 u 8 años a lo mucho, si, si a lo mucho. Jugando, en uno de aquellos prohibidos parajes, que mi madre siempre me tenía. Paseaba yo, un poco tan solo, por la cresta del árbol más grande e impresionante que mis ojos o mi mente haya visto hasta ese momento. Me caí. Mientras la madre tierra me atraía, por la fuerza de su enorme masa, hacia ella. En un loco movimiento, en mi opinión dirigido mas por la suerte que por alguno de los sentidos, a la mitad de mi caída, pude sujetarme de una rama de aquel magnifico ejemplar arbóreo.
Estuve mucho, mucho tiempo ahí colgado. Colgado y solo. Tan apartado, que con la misma rapidez con la que esperanza de un rescate vino a mi mente, esta huyó aterrada. Pase tanto tiempo ahí arriba, que el dolor que en mis bazos nacía, poco a poco en el paso de los inmensos minutos, comenzó a hacerse insoportable. El vertido a las alturas y el temer de impacto, me paralizaban. Tan solo mi fuerza de voluntad, me daban fuerza para mantenerme colgado, para conservarme centrado y no pensar en otra cosa mas que en mantener firmemente mis dos manos en aquella rama que me sostenía y me impedía caer, para mantenerme sujeto al único valuarte que encontré contra el mas absoluto vació.
No puedo, siquiera comenzar a calcular cuento pase ahí colgado. Pero a fin de cuentas, mis débiles y juveniles fuerzas acabaron todo lo que tenia para mis delgados brazos, que agotados, no resistieron por mas tiempo el peso muerto de mi cuerpo y caí. Caí sin remedio hacia la oscuridad y el vació. En este momento, por más que lo intento, no recuerdo que es lo que paso en el momento después de que me estrelle contra el suelo. Pero lo que sí recuerdo es la maravillosa...
Maravillosa sensación que experimenté al soltarme de la rama de aquel árbol. Paz. La más pura libertad; el verdadero alivio, al ver mis brazos apartados de la tensa agonía que era mi fútil intento de mantenerme ahí colgado. Rendirme a la inevitable fuerza de gravedad y dejarme caer. Al volver atrás y revivir ese momento, no puedo recordar nada mas, que el alivio, el alivio y la liberación de dejarse caer.
Recuerdo, que cuando yo era un niño, tendría 7 u 8 años a lo mucho, si, si a lo mucho. Jugando, en uno de aquellos prohibidos parajes, que mi madre siempre me tenía. Paseaba yo, un poco tan solo, por la cresta del árbol más grande e impresionante que mis ojos o mi mente haya visto hasta ese momento. Me caí. Mientras la madre tierra me atraía, por la fuerza de su enorme masa, hacia ella. En un loco movimiento, en mi opinión dirigido mas por la suerte que por alguno de los sentidos, a la mitad de mi caída, pude sujetarme de una rama de aquel magnifico ejemplar arbóreo.
Estuve mucho, mucho tiempo ahí colgado. Colgado y solo. Tan apartado, que con la misma rapidez con la que esperanza de un rescate vino a mi mente, esta huyó aterrada. Pase tanto tiempo ahí arriba, que el dolor que en mis bazos nacía, poco a poco en el paso de los inmensos minutos, comenzó a hacerse insoportable. El vertido a las alturas y el temer de impacto, me paralizaban. Tan solo mi fuerza de voluntad, me daban fuerza para mantenerme colgado, para conservarme centrado y no pensar en otra cosa mas que en mantener firmemente mis dos manos en aquella rama que me sostenía y me impedía caer, para mantenerme sujeto al único valuarte que encontré contra el mas absoluto vació.
No puedo, siquiera comenzar a calcular cuento pase ahí colgado. Pero a fin de cuentas, mis débiles y juveniles fuerzas acabaron todo lo que tenia para mis delgados brazos, que agotados, no resistieron por mas tiempo el peso muerto de mi cuerpo y caí. Caí sin remedio hacia la oscuridad y el vació. En este momento, por más que lo intento, no recuerdo que es lo que paso en el momento después de que me estrelle contra el suelo. Pero lo que sí recuerdo es la maravillosa...
Maravillosa sensación que experimenté al soltarme de la rama de aquel árbol. Paz. La más pura libertad; el verdadero alivio, al ver mis brazos apartados de la tensa agonía que era mi fútil intento de mantenerme ahí colgado. Rendirme a la inevitable fuerza de gravedad y dejarme caer. Al volver atrás y revivir ese momento, no puedo recordar nada mas, que el alivio, el alivio y la liberación de dejarse caer.
3 comentarios:
Yo experimenté esa misma sensación la primera vez que salté del bungee, las demás... mmmm ya eran retos y faramallas!!! Besos Salvador!!
Por cierto, muy lindo ese recuerdo, severamente enternecedor!
Gracias
Lo que tu madre recuerda es el grito y el ¡pum! terrible que todos los padres esperamos evitar oir algun dia... recuerdo la sangre y tus gritos, al doctor curandote y despues a ti tirado viendo la tv... uno de tantos porrasos de tu vida, y todo por desobedecer a mama!!
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