No cabía duda de que el Padre de todos los seres y las cosas, fatigado después de seis días de trabajar sin reposo haciendo la luz, dando vida a brutos y a racionales, sembrando arboles y plantando de todas las especies y tamaños, separando las tierras de las aguas y echando a girar por el cosmos millones de pelotas siderales sujetas a rígidas leyes de mecánica celeste calculadas para evitar colisiones de tránsito espacial, había destinado la mañana apacible del séptimo día para tallar con pulso de sumo hacedor las formas y proporciones de a mujer más fascinante de todas las edades y luego ponerla a deambular por el planea tierra sembrando la lujuria en las vergüenzas de los mochos y el pesar del bien ajeno en los corazones femeninos.
Y esa mujer estaba ahí. Si los demás usuarios se halla absortos ante esta inaudita erupción de la naturaleza, el estupor de Dhoo iba mucho más allá de lo que hubiera podido imaginar en sus fugaces jornadas de onanismo. Con ojos y cabellos muy negros y de rasgos propios del mestizaje, era una veinteañera imponente y bellísima en las que los elementos hispánicos, predominantes, aparecían mezclados con los precolombinos en una aleación sabiamente lograda para producir un ejemplar humano incomparable. Lo cierto es que van Hostt hubo de realizar ínclitos esfuerzos para no perder la serenidad y el equilibrio ante aquel fenómeno descomunal que se plantaba frente a él, del otro lado de un ordenador a miles de kilómetros de distancia, con sus ciento cincuenta y cuatro centímetros de franca e hipnotizante alzada.
Allí estaba, prodigando bienvenidas, con su rostro irrepetible de valkiria levemente aindiada, bella que habría puesto a despotricar de envidia a la propia Venus Calipigia. Allí estaba, como una cariátide a la que sólo faltara el Erecteón. Era la bella señorita Perfecta Dioselina Unicorno, soberana de todas las reinas, y elegida por la diosa Destino para ornar con sus gracias el sereno paso del joven Dhoo. El emancipado varón abrió las compuertas de una locuacidad desde hace largo tiempo empaquetada y estivada en lo profundo de la memorias de aquellos que le conocían desde que articuló sus primeras síladas en la cuna, no se sepraó un instante de la señorita Unicorno y mostró un talante eufórico también largo tiempo extrañado hasta la fecha. Pero llegó el momento de partir cuando la charla con Dioselina estaba más animada. Ya a estas alturas, Dhoo estaba visceralmente enamorado.
“… fue una vaga congoja de dejarte,
lo que me hizo saber que te quería.”
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