Plaza del Sol
Av. López Mateos Sur.
Guadalajara, Jalisco. México.
21:00 horas de la noche.
La ciudad estaba tranquila esa noche, los muchachos caminaban por la plaza al tiempo que algunas tiendas empezaban a recoger y a contar el dinero para el cierre nocturno. Pocos serían los que se quedarían cuando dieran las 11 de la noche, cuando fuera la hora perfecta para cazar o bien, para caminar con la tranquilidad sobre los hombros. ¿Qué había pasado en ese tiempo? ¿Cuántos errores había cometido para terminar tal y como había acontecido?
Muchas eran las preguntas y pocas las respuestas mientras Eteniette continuaba su camino en medio de los pasillos con las tiendas abiertas, con el olor a café inundando el local de la derecha y la tienda departamental mostrando las nuevas tendencias de la moda, colores primaverales que dejaban atrás los invernales. Con una muda señal de los cambios que venían próximamente. Porque una temporada había pasado y ahora había que continuar con la que estaba próxima. Como la existencia de la misma Eteniette, que había llegado a un punto tal de destrucción y esterilidad que ahora sólo quedaba el renacer y la obtención de un nuevo futuro.
La pregunta era: ¿Tenía la fuerza, las ganas y la voluntad para explorarlo? Una sonrisa irónica apareció en su faz, no debía estar caminando por los pasillos de esa maldita plaza con la tranquilidad de una pinche indígena que no sabía qué había en su existencia. Y ella no debía porque sí que estaba consciente del riesgo que tenía encima... Unos muchachos interrumpieron sus pensamientos al pasar corriendo a su lado, la mujer pareció exaltarse un poco creyendo ver en ellos los rostros de otros que esperaba aún, para después tranquilizarse y negar con la cabeza molesta mientras veía a los chavos alejarse jugando.
Sus pasos terminaron dando a la fuente que había en medio de la plaza, se quedó contemplándola un rato, observando cómo el agua caía sobre el contenedor proveniente de un largo chorro de un aparato en medio, un líquido que se resbalaba golpeteando contínuamente con un sonido repetitivo y monótono. Metió las manos en el abrigo negro inconscientemente, apretándolas con fuerza al recordar todo lo acontecido tan sólo tres noches atrás. ¿Qué es lo que esperaba? ¿Qué le faltaba? Siempre había querido estar fuera de esa asquerosa manada, de ese maldito país... ¿Y ahora?
Ahora resultaba que, cuando tenía lo que había anhelado por ya más de ochenta años, se quedaba estúpidamente estática y pensativa. Su mirada se topó con los pinches indígenas que había alrededor de ella, que parecían mirarla con los ojos inocentes y al mismo tiempo hipócritas, pidiendo una moneda para "dar de comer a mis chamaquitos" cuando en realidad, justamente a esas horas, se desprendían de los ropajes sucios y raídos, se limpiaban la cara cochina y contaban el dinero que habían obtenido de los estúpidos que se habían creído el cuento.
Y se llevaban el dinero para gastárselo en cosas mejores que dar de comer a esos mocosos que perfectamente podían pedir dinero por las calles, mientras más flacos, mejor, así los demás se compadecían de ellos y les daban más dinero. ¡Malditos indígenas! Todo había iniciado y terminado en ellos... todo... Molesta, se sentó en la orilla de la fuente, con el rocío acariciándole el cabello y las mejillas mientras observaba con fingida atención el puesto de comida rápida que había enfrente de ella, comida chatarra, como ahora se le llamaba, hamburguesas, hot-dogs, tostadas, agua de horchata, de jamaica... Mientras el ganado disfrutaba de todo lo que la Plaza les ofrecía, Eteniette aún meditaba... aún planeaba... aún recordaba...
Plaza del Sol
Av. López Mateos Sur.
Guadalajara, Jalisco. México.
21:21 horas de la noche.
Eteniette cerró los ojos con fuerza cuando una gota de agua cayó en ellos, sacudió la cabeza para librar la tensión y miró al cielo, la luna llena se veía en lo más alto, enorme como un globo blanco, pero al mismo tiempo hermosa e inalcanzable. Aún no creía su suerte, no podía entender el por qué de los acontecimientos, pero ahí estaba ella, en Guadalajara, tres noches después de lo sucedido con su manada... libre... Pero esa libertad era, simplemente, fingida, tenía dos noches más para evitarlos, después de ello sería libre para hacer lo que le viniera en gana. Dos noches...
Av. López Mateos Sur.
Guadalajara, Jalisco. México.
21:00 horas de la noche.
La ciudad estaba tranquila esa noche, los muchachos caminaban por la plaza al tiempo que algunas tiendas empezaban a recoger y a contar el dinero para el cierre nocturno. Pocos serían los que se quedarían cuando dieran las 11 de la noche, cuando fuera la hora perfecta para cazar o bien, para caminar con la tranquilidad sobre los hombros. ¿Qué había pasado en ese tiempo? ¿Cuántos errores había cometido para terminar tal y como había acontecido?
Muchas eran las preguntas y pocas las respuestas mientras Eteniette continuaba su camino en medio de los pasillos con las tiendas abiertas, con el olor a café inundando el local de la derecha y la tienda departamental mostrando las nuevas tendencias de la moda, colores primaverales que dejaban atrás los invernales. Con una muda señal de los cambios que venían próximamente. Porque una temporada había pasado y ahora había que continuar con la que estaba próxima. Como la existencia de la misma Eteniette, que había llegado a un punto tal de destrucción y esterilidad que ahora sólo quedaba el renacer y la obtención de un nuevo futuro.
La pregunta era: ¿Tenía la fuerza, las ganas y la voluntad para explorarlo? Una sonrisa irónica apareció en su faz, no debía estar caminando por los pasillos de esa maldita plaza con la tranquilidad de una pinche indígena que no sabía qué había en su existencia. Y ella no debía porque sí que estaba consciente del riesgo que tenía encima... Unos muchachos interrumpieron sus pensamientos al pasar corriendo a su lado, la mujer pareció exaltarse un poco creyendo ver en ellos los rostros de otros que esperaba aún, para después tranquilizarse y negar con la cabeza molesta mientras veía a los chavos alejarse jugando.
Sus pasos terminaron dando a la fuente que había en medio de la plaza, se quedó contemplándola un rato, observando cómo el agua caía sobre el contenedor proveniente de un largo chorro de un aparato en medio, un líquido que se resbalaba golpeteando contínuamente con un sonido repetitivo y monótono. Metió las manos en el abrigo negro inconscientemente, apretándolas con fuerza al recordar todo lo acontecido tan sólo tres noches atrás. ¿Qué es lo que esperaba? ¿Qué le faltaba? Siempre había querido estar fuera de esa asquerosa manada, de ese maldito país... ¿Y ahora?
Ahora resultaba que, cuando tenía lo que había anhelado por ya más de ochenta años, se quedaba estúpidamente estática y pensativa. Su mirada se topó con los pinches indígenas que había alrededor de ella, que parecían mirarla con los ojos inocentes y al mismo tiempo hipócritas, pidiendo una moneda para "dar de comer a mis chamaquitos" cuando en realidad, justamente a esas horas, se desprendían de los ropajes sucios y raídos, se limpiaban la cara cochina y contaban el dinero que habían obtenido de los estúpidos que se habían creído el cuento.
Y se llevaban el dinero para gastárselo en cosas mejores que dar de comer a esos mocosos que perfectamente podían pedir dinero por las calles, mientras más flacos, mejor, así los demás se compadecían de ellos y les daban más dinero. ¡Malditos indígenas! Todo había iniciado y terminado en ellos... todo... Molesta, se sentó en la orilla de la fuente, con el rocío acariciándole el cabello y las mejillas mientras observaba con fingida atención el puesto de comida rápida que había enfrente de ella, comida chatarra, como ahora se le llamaba, hamburguesas, hot-dogs, tostadas, agua de horchata, de jamaica... Mientras el ganado disfrutaba de todo lo que la Plaza les ofrecía, Eteniette aún meditaba... aún planeaba... aún recordaba...
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Plaza del Sol
Av. López Mateos Sur.
Guadalajara, Jalisco. México.
21:21 horas de la noche.
Eteniette cerró los ojos con fuerza cuando una gota de agua cayó en ellos, sacudió la cabeza para librar la tensión y miró al cielo, la luna llena se veía en lo más alto, enorme como un globo blanco, pero al mismo tiempo hermosa e inalcanzable. Aún no creía su suerte, no podía entender el por qué de los acontecimientos, pero ahí estaba ella, en Guadalajara, tres noches después de lo sucedido con su manada... libre... Pero esa libertad era, simplemente, fingida, tenía dos noches más para evitarlos, después de ello sería libre para hacer lo que le viniera en gana. Dos noches...
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